La muerte no supuso el descanso eterno que esperaba la multitud de humanos asesinados durante la campaña del Rey Exánime para erradicar toda vida de Lordaeron. En lugar de morir, los caídos del reino fueron resucitados como esbirros no-muertos de la Plaga y se vieron obligados a librar una profana guerra contra todo aquello y aquellos que una vez amaron.
Cuando el dominio del Rey Exánime sobre su gigantesco ejército flaqueaba tras la Tercera Guerra, un contingente de no-muertos se liberó del férreo yugo de su amo. Su libertad sabía a bendición, pero el recuerdo de los horrores cometidos por la Plaga pronto atormentaría a los que antaño fueron humanos. Aquellos que no enloquecieron comprendieron una aterradora verdad: todo Azeroth ansiaba aniquilarlos.
En el peor momento de estos no-muertos desertores, Sylvanas Brisaveloz, antigua General Forestal de Quel'Thalas, los reunió, pues ella también había recuperado la libertad que le había arrebatado el Rey Exánime. Bajo el ala de su nueva Reina, los liberados no-muertos —conocidos como los «Renegados»— establecieron la ciudad de Entrañas debajo de las ruinas de Lordaeron.
En aras de llevar a término sus propios objetivos y proteger su incipiente nación, Sylvanas se dispuso a forjar alianzas, entre las que destacó la de los tauren de Cima del Trueno, quienes vieron que la redención de los no-muertos era posible. Así, los tauren convencieron al por aquel entonces Jefe de Guerra Thrall para conformar una alianza de interés entre la Horda y los no-muertos. Estos ayudaron a la Horda con una gran ofensiva contra el Rey Exánime y se vengaron de su odiado enemigo.
La victoria fue cara: el gran boticario Putress traicionó a los no-muertos y desató una nueva plaga que diezmó a aliados y a enemigos por igual, al tiempo que el Señor del Terror Varimathras tomó Entrañas en un golpe que casi le costó la vida a Sylvanas. Al final, los usurpadores fueron asesinados y se recuperó la capital de los no-muertos, pero la debacle despertó los recelos de la Horda acerca de la capacidad de Sylvanas para liderar a los no-muertos y conservar su fidelidad.
La lealtad de los no-muertos se sometió a una nueva prueba de fe cuando Sylvanas ayudó a la Horda a liberar Orgrimmar de la opresión del Jefe de Guerra Garrosh Grito Infernal, cuyo objetivo era esclavizar a las demás razas bajo la supremacía de los orcos. Ahora, estos no-muertos libres fortifican sus emplazamientos en Entrañas y se preparan para el mortal futuro que creen inevitable.
Durante la Tercera Guerra, la otrora gloriosa capital de Lordaeron, Ciudad Capital, fue diezmada por un ejército de la Plaga dirigido por el príncipe Arthas Menethil. Cuando los no-muertos prosiguieron su campaña contra los vivos por todo el continente, solo un pequeño contingente de las fuerzas de Arthas se quedó atrás para forjar una ciudad en las entrañas de las ruinas de la capital. Sin embargo, esos planes se abandonaron cuando Arthas partió a Rasganorte para ayudar a su maestro, el Rey Exánime.
Años después, la reina Sylvanas y sus no-muertos desertores, conocidos como los Renegados, reclamaron Entrañas para sí y completaron la sinuosa red de catacumbas y criptas que había estado construyendo la Plaga. Salvo por los asedios temporales del traidor Gran Apotecario Putress y el Señor del Terror Varimathras, Entrañas ha permanecido desde entonces bajo el firme control de Sylvanas. Hoy en día, ríos de lodo venenoso fluyen por todas las avenidas de la vasta Entrañas. Los vapores tóxicos y los olores fétidos que surgen de cada rincón de la fortaleza han hecho de ella un lugar casi insoportable para los miembros vivos de la Horda. Sin embargo, para Sylvanas y sus seguidores malditos, Entrañas se ha convertido en un refugio muy necesario en un mundo que aún teme y persigue a los suyos